La Sagrada Familia del mar

Desde la privilegiada visión que me regalan los enormes ventanales de la oficina en la que trabajo, bajo la atenta mirada de la estrella que todo lo ve, disfruto de una panorámica de Barcelona que quita el aliento.
Un océano de cemento y ladrillo, antenas y chimeneas se extiende a mis pies hasta la orilla del Mediterraneo. Refleja desde el amenecer hasta el final de la jornada laboral infinidad de colores y brillos filtrados por los cristales negros de nuestro edificio.
El Sol, competidor incansable en una carrera con los aviones que aterrizan en el Prat, nos alumbra y calienta.

Al fondo, sobre la terminal de contenedores del puerto de Barcelona florecen enormes gruas, que como las doce torres de la Sagrada Familia, rompen la perfecta frontera que separa el cielo del mar.

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